Recientemente he ojeado el Informe mundial sobre prevención por accidentes de tráfico que establece objetivos muy interesantes y desenmascara prejuicios aceptados por la opinión pública, los cuales iré exponiendo en este artículo.
La idea que las defunciones y los traumatismos por accidentes de tráfico son el precio que debe pagar nuestra sociedad por desplazarnos con nuestros sistemas de transporte motorizados es completamente falsa.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera la violencia vial uno de los principales problemas de salud pública a escala mundial. La primera noticia que tenemos de un traumatismo provocado por el vehículo de motor es a un ciclista, el 30 de mayo de 1896 en Nueva York, meses más tarde, el 17 de agosto del mismo año en Londres, tenemos constancia de la primera defunción provocada por un automóvil. El problema se ha incrementado de forma exponencial a medida que se ha motorizado el parque de vehículos en todo el mundo. La OMS estimó que en el año 2002 murieron 1,8 millones de personas como consecuencia de los traumatismos provocados por el tráfico por carretera. Esta organización considera los accidentes de tráfico en la vía pública la undécima causa de muertes que sufre la humanidad, y si no hacemos nada su estimación es que en los próximos años la incidencia sea todavía mayor.
Los accidentes de tráfico repercuten de manera especial en la población adulta masculina, normalmente en situación económica productiva (ver el siguiente gráfico). Un 73% de las víctimas mortales son varones.
Cuando una familia pierde a uno de sus miembros o queda discapacitado, las repercusiones no son sólo para el accidentado -independientemente de los problemas psicológicos y emocionales- también las personas más cercanas tendrán que asumir unos costes económicos por el fallecimiento o por la rehabilitación que no siempre están cubiertos por seguros o asistencias sociales, pudiendo provocar la aparición de nuevas deudas. Probablemente también tendrán que asumir una pérdida de ingresos económicos en la unidad familiar y una disminución de la calidad de vida de aquellas personas que participen en la rehabilitación o el cuidado del familiar afectado –en muchas ocasiones tomando parte del tiempo que empleaban en un trabajo remunerado-. Por tanto hemos de concienciarnos que un accidente de tráfico puede resultar no sólo la pérdida o discapacidad de una o varias personas, también pude arrastrar a sus familias a la pobreza. En los países menos desarrollados los accidentes de tráfico son un importante factor pauperizador.
Los errores corrientes que como seres humanos cometemos mientras conducimos y el comportamiento normal de los peatones no son motivos que debieran ocasionar traumatismos graves ni defunciones. Nuestro sistema de movilidad debe permitir que salgamos airosos de dichas situaciones y utilizar metodologías y estrategias que apunten a ese objetivo, como por ejemplo la matriz de Haddon que analiza el sistema de movilidad desde diferentes perspectivas: antes, durante y después del accidente. Ya hay países que han desarrollado metodologías de prevención en el tráfico y que buscan como en Suecia una “perspectiva de cero accidentes”, o como en Holanda con "su programa sostenible de seguridad" muy ambiciosos y estimulantes en la lucha contra la violencia vial. Y para ello son necesarias actuaciones y medidas que incidan en el indiviudo, en el vehículo y en el entorno con una concepción sistémica. La idea de que los accidentes de tráfico son inevitables e impredecibles cada vez es más falsa.
El problema es complejo y la solución multisectorial, pero hemos de entender que los traumatismos provocados por los accidentes de tráfico también son una cuestión de equidad social, pues son los peatones, los ciclistas y los motociclistas los más vulnerables si los comparamos con los conductores, por la desproporción en los riesgos y en sus consecuencias .