El siglo XX ha sido una época convulsa de nuestra historia, pero si en algo estaremos de acuerdo es que ese siglo, en Occidente, fue el siglo del automóvil. Su producción industrial se inició en los primeros años y progresivamente invadió nuestras calles y carreteras con la intención de quedarse. En muy poco tiempo modificó la estructura y los accesos de nuestras ciudades. Hoy el automóvil se ha convertido en un símbolo de modernidad y su posesión o disfrute es un ideal para millones de personas.
Esos vehículos con ruedas a los que pusimos motores han cambiado nuestra vida ¡y de qué manera! Nos equivocaremos si los consideramos simplemente medios de transporte, porque en muchas de nuestras actividades también son instrumentos de trabajo, de placer y de socialización.
El coche ha incrementado nuestra autonomía y libertad de circulación en espacio y tiempo. Nos movemos más veloces y a mayor distancia sin realizar grandes esfuerzos físicos, aumentado significativamente nuestra capacidad de transporte de mercancías y pasajeros puerta a puerta desde origen a destino. El automóvil ha tenido unas repercusiones económicas muy positivas y unos beneficios sociales. Nos ha enseñado nuevos horizontes y ha generado efectos multiplicadores en muchas de nuestras actividades de los que difícilmente renunciaremos voluntariamente, pues lo consideraríamos una pérdida muy significativa de nuestro nivel de bienestar individual y colectivo. En las zonas rurales son imprescindibles para garantizar a sus ciudadanos el derecho a la movilidad y a la conectividad.
El coche sigue siendo una demostración de estatus social desde antes de la aparición del motor de explosión. Ese pequeño espacio con cuatro ruedas es una de nuestras expresiones de territorialidad individual más acentuadas que tenemos, junto con nuestro hogar. Dentro del coche se produce esa sensación de anonimato que en algunas personas propicia la anomia (degradación de las normas sociales) y potencia diversos aspectos de nuestra personalidad, que en otras circunstancias ni las mostraríamos, alguna de ellas muy negativa para la conducción, como la agresividad.
Si seguimos analizando el fenómeno del automóvil en nuestra sociedad comprenderemos su magnitud y el cuidado que debemos tener en las propuestas de cambio que propongamos. En España hay aproximadamente 31 millones de vehículos motorizados que absorben el 90% del transporte de mercancías y el 80% del transporte de viajeros. Su contribución a la economía española es impresionante.
Sin embargo el automóvil no sólo ha creado beneficios, también ha producido importantes inconvenientes: las congestiones de tráfico; la contaminación ambiental y acústica; el impacto urbanístico con el consumo desmesurado del territorio y su fragmentación con las redes de autopistas y autovías; la ciudad difusa; el deterioro paisajístico; la aparición, en determinadas zonas del mundo, de un contexto geopolítico inestable por el control de los recursos energéticos; el desplazamiento de otras formas de circulación en favor de la movilidad motorizada; y fundamentalmente los accidentes de tráfico con su elevado coste social.
Por otra parte, las administraciones públicas han tomado al vehículo de motor y sus carburantes como una de sus principales fuentes de ingresos. Observemos la fiscalización existente en España en la siguiente tabla:
La Agencia Internacional de la Energía prevé que en el 2030 el sector del transporte todavía dependerá en un 89% del petróleo. Entre el 2015 y 2020 predice tensiones entre la oferta y la demanda de los combustibles fósiles: por el declive en su producción, las interrupciones de los suministros, la inestabilidad de las inversiones para la extracción de crudo, o porque ya se habrá resuelto la incógnita sobre el cenit de producción de petróleo. La misma agencia prevé que hasta el año 2050 la demanda mundial vinculada con el transporte aumentará un 120% y que el parque mundial de vehículos pasará de los 900 millones actuales a 2.200 millones en el año 2050.
Las perspectivas que nos plantea el futuro del transporte fundamentalmente son incertidumbres: la lucha contra el cambio climático, los conflictos por el suministro de la energía, la protección del medio ambiente y de nuestra salud, etc. Antes de lo que pensamos estaremos obligados a plantearnos cambios en nuestro modelo de movilidad, que seguramente pasará por la introducción del coche eléctrico o del automóvil con pila de hidrógeno a medio y largo plazo, pero antes habrá que hacer mucho más; y sin embargo, veo muy difícil hacer entender al ciudadano que renuncie a todo aquello que el coche le ha dado. El tránsito de modelo tendremos que realizarlo, no me cabe la menor duda, pero debemos meditar cómo será la manera de gestionar esa transición hacia una movilidad sostenible respondiéndonos a preguntas como:
¿Qué objetivos buscamos?
¿Qué complicidades encontraremos?
¿Cómo compensaremos a quienes salgan perdiendo con el cambio?
¿Qué alternativas les presentaremos a los ciudadanos con el cambio de modelo?
Para más información ver: Automòbil i medi ambient . RACC maig 2009
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