Mapa topológico con la red de ferrocarriles en la ciudad de Frankfurt Main y su área de influencia. |
Las ideas que George Amar explica en su ensayo Homo mobilis incitan a reflexionar sobre los cambios que plantea la movilidad en nuestra sociedad. En este artículo me centraré en algunos de los conceptos que nos propone este especialista en movilidad urbana.
Actualmente la movilidad ha adquirido el rango de un derecho, como lo es la salud o la educación. Tanto en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (art.13), como en el acuerdo de Schengen de 1985 de la Unión Europea, o la Constitución española de 1978 se reconoce el derecho de circulación que tienen sus ciudadanos. En Cataluña o en Valencia se ha dado un paso más, se han elaborado leyes que regulan la movilidad y refuerzan el derecho que tenemos las personas y los bienes para desplazarnos y acceder a los lugares. Tampoco hay ninguna duda de que la movilidad adquiere el valor de un bien público como lo puede tener el agua o la electricidad. No son bienes o servicios gratuitos, pero el Estado garantiza su acceso y debe vigilar que no se especule con ellos.
La movilidad, cada vez más, se entiende como una actividad que ayuda a crear relaciones, oportunidades y sinergias entre los seres humanos y sus actividades y éste es el nuevo valor que introduce la movilidad. Comienza a perfilarse un novedoso paradigma que amplía la concepción que tenemos del transporte. La movilidad pasa a ser un modo de vida en la sociedad contemporánea provocada por la propia transformación de sus actores, una forma más de habitar el territorio. En el artículo de este blog "La hipermovilidad, un nuevo estilo de vida" describo ejemplos de lo que aquí estoy afirmando.
Ante una visión tradicional del transporte que analiza y estudia mucho más el movimiento que el lugar, donde persiste la convicción de que la vida pasa en los sitios, pero nada significativo puede suceder durante el trayecto, donde el espacio y el tiempo de los desplazamientos son costes que hay que reducir o superar; frente a todo ello comienza a desarrollarse una visión diferente, recogida y explicada en el ensayo de George Amar. En esta obra se nos describe el movimiento como uno de los actores que generan el lugar (por ejemplo las formas de las ciudades), pero a su vez el lugar también puede crear el movimiento (los puertos, los aeropuertos y sus flujos de transporte). Se explica un nuevo concepto de movilidad transescalar que reformula las delimitaciones del territorio. Desaparecen unos umbrales pero aparecen otros según sea el tipo de movilidad; si cogemos un avión que haga escalas vemos que ha cambiado el concepto de la frontera territorial (los aeropuertos tienen zonas francas por donde circulan los pasajeros y las mercancías de múltiples países), otro ejemplo lo encontramos con las fronteras estatales de Europa occidental pues en muchas ocasiones quedan desdibujadas cuando vamos en coche y no nos damos cuenta que ya hemos pasado de un Estado a otro, sin embargo aparecen otras delimitaciones, como por ejemplo las divisiones tarifarias del transporte público en base al territorio, donde los usuarios visualizan esos nuevos límites por encima de los tradicionales términos municipales. La trascendencia que tiene viajar en ferrocarril, en metro o en autobús, indistintamente, por las diferentes coronas de las regiones metropolitanas en función de unas determinadas tarjetas de transporte es más importante, a efectos prácticos, para los usuarios que conocer cualquier otra delimitación territorial. La forma de desplazarnos modifica los límites que utilizamos para clasificar el territorio.
En el nuevo modelo de movilidad el lugar ya no es sólo origen y destino de nuestro viaje, sino que adquiere el atributo de escala o etapa en nuestra constante circulación, donde el tiempo de tránsito adquiere un nuevo valor. La nueva movilidad amplía los usos que nos aporta el transporte con el valor intrínseco que tiene el desplazamiento de un sitio a otro y descubre valores como la religancia que no es otra cosa que las nuevas relaciones que podemos tener mientras viajamos, sean casuales o propiciadas, así como las oportunidades que podemos descrubrir no sólo al relacionarnos con otras personas sino también con los entornos por los que nos desplazamos o la adherencia al territorio que aportan los modos de transporte activos: caminar, ir en bicicleta, patinar, deslizarse por la nieve... que nos permiten establecer más fácilmente una relación sensitiva y emocional -positiva o negativa- con todo aquello que nos rodea.
George Amar nos indica que el movimiento ya no es sólo un instrumento para conseguir algo, el movimiento es un fin en si mismo, un atributo con el que nos estamos refiriendo a las personas, a los bienes, a la energía e incluso a la información. La movilidad física tradicionalmente nos ha servido para conquistar nuevos territorios, ahora tenemos además la movilidad digital, que nos abre nuevos ámbitos virtuales por explorar, donde la forma de desplazarnos también va a ser totalmente novedosa.
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